Mi querido y admirado Gerardo me envía por correo las siguientes letras. Aquí las pongo para deleite de todos.
Hoy he amanecido con ganas de pensar. El momento no es para alegrias, al menos para mi, Tome un libro de mi biblioteca y lei, con nostalgia lo que adjunto
El camino se nos abría para los dos. Me llevaba hacia el Mar. Recuerdo ahora, en la soledad. lejana de su retrato, sus palabras exactas, que relumbraban como armas al sol.
-Cuando alguna vez hables de mí en tus versos, si citas al Mar, cítalo con mayúscula: Es la puerta de España que da directamente al mundo.
Estaba atardeciendo y yo cedí al halago de lo suave, que me acariciaba como una amante. Eugenio miró al Mar.
-No es momento éste para ver lo que tú llamas dios de los remeros
Oh Mar, oh dios de los remeros, tradúceme, la tarde, el signo y el momento.
Ya lo tienes traducido. Es débil el Mar en estas horas de chocolate burgués en las terrazas. El Mar es fuerte y quiere navíos. Siento haberte traído aquí, a estos minutos decadentes. Pero el olor de la brisa me llama siempre con un repiqueteo insistente de teléfono.
-Pues la brisa, camarada Eugenio, también es decadente y barroca y retorcida.
Miró al aire y al Mar. Luego, sin verme, fijo en el horizonte limitado.
-¿Me crees capaz de ablandarme ante la brisa ? Yo la quiero como un premio a la navegación, al rudo vuelo largo de la nave.
Comprendí que por hacerme -a mí, a nosotros, camaradas- fuerte, renunciaba a una debilidad querida. Por eso lo alejé de la brisa y lo acerqué más al Mar. Llegó a meter la manos en el agua pronunciando para él sólo las palabras del alto rito militar con que soñaba:
-En el nombre de Dios y del César.
Eugenio acababa de tomar posesión del mar.Yo pensé en aquella mañana de gloria; cuando me dijo -en Madrid- que olfateaba el Mar en todas las esquinas
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